Hubo un momento, antes del 15 de marzo de 1972, en el que muchos creían que El padrino iba a ser un fracaso total, especialmente su director, Francis Ford Coppola. Había sufrido tanto el proceso de filmar la película y las peleas con los directivos de Paramount Pictures, que había terminado con ataques de pánico y vómito reiterado mientras la grababa y la editaba. Además, no lo convencía el resultado final, que había pasado por varias versiones en la sala de montaje.

“Creo que he fracasado –le dijo a uno de sus asistentes de dirección cuando fueron a ver The French Connection, de William Friedkin, unos días antes del estreno, según cuenta Peter Biskind en Moteros tranquilos, toros salvajes, el libro que resume la historia del Nuevo Hollywood–. Cogí una novela popular, jugosa y obscena, y la convertí en un puñado de tipos que se pasan las horas hablando en la oscuridad”.

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En el estudio pensaban algo similar. Habían decidido llevar a la pantalla el libro de Mario Puzo sobre la mafia Italoamericana porque querían hacer una película barata, sencilla y efectiva, que se apalancara en el éxito de un best seller, pero en sus narices se había convertido en un monstruo sin control, al que le encontraban todos los reparos posibles: era lenta, más larga de lo usual y muy oscura. Y ni siquiera la habían hecho con los actores que ellos querían en un principio.

El resultado, sin embargo, no solo los sorprendió a ellos y a Coppola, sino también a los críticos, al público y a la industria del cine, que nunca volvió a ser la misma. En pocos días, El padrino se convirtió en un fenómeno por el que la gente estaba dispuesta a hacer filas enormes fuera de las salas de cine, en la película más taquillera hasta ese momento –desbancando a Lo que el viento se llevó (1939)– y en un hito de la historia del cine, uno que hasta ahora ha sido difícil de repetir.

La escena inicial de ‘El padrino’ (1972), una de las más famosas de la historia del cine.

Hoy es usual que muchos la incluyan dentro de la lista de las mejores películas de la historia –si no como la mejor– y muchas de sus escenas, frases (como “le haréuna oferta que no podrá rechazar“) o personajes, se convirtieron en íconos de la cultura popular. Tanto es así, que este mes, justo cuando se cumplen 50 años de su estreno, la película volvió a las salas de cine de todo el mundo, incluyendo las de Colombia.

1. Aceptar el trabajo que nadie quería

La idea de hacer una película sobre el libro de Puzo no entusiasmaba a nadie al comienzo. El propio Puzo lo había escrito en medio de deudas, luego de dos libros con buenas críticas y malas ventas, solo porque en una editorial le habían dicho que algo sobre mafiosos podía tener éxito, y el resultado no lo había dejado satisfecho. Pero la gente, emocionada, lo había convertido en uno de los libros más vendidos en Estados Unidos entre 1969 y 1970.

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En Paramount tenían los derechos de la historia desde que era un manuscrito (al inicio se iba a llamar The mafia), pero también tenían sus dudas, porque las películas recientes sobre gángsteres no habían tenido éxito y el proyecto se sentía anticuado para la época. Solo cuando vieron que el libro no salía de la lista de los más vendidos y que Universal –un estudio rival– estaba interesado en comprarles la historia, le dieron luz verde al proyecto.

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Nadie, sin embargo, quería hacerse cargo de la película. Elia Kazan, Peter Bogdanovich, Costa-Gavras, Richard Brooks y Arthur Penn, los grandes directores de cine de la época, se negaron porque no le veían potencial. Y para colmo la comunidad italoamericana estaba encima del estudio, pendiente de que la forma de retratarlos no fuera a ser aún más discriminatoria de lo que ya consideraban una historia sobre mafiosos. Eso sin contar a los verdaderos mafiosos, que a través de varias organizaciones, trataron de hacer imposible la filmación.

Peter Bart, uno de los ejecutivos de Paramount, propuso entonces a Coppola. Era un cineasta jóven (29 años), inexperto y poco conocido, cuyas primeras tres películas habían pasado sin pena ni gloria. Pero en el estudio, y pese a la reticencia inicial, terminaron aceptándolo porque era italiano, barato y, sobre todo, porque pensaban que podían manejarlo y darle órdenes con mayor facilidad.

Coppola, no obstante, también se negó cuando le propusieron el proyecto por primera vez. “Cuando me senté a leerlo, mi primera impresión fue de sorpresa y consternación. Era un libro hecho para ganar dinero, lleno de sexo y tonterías”, dijo el director años después, cuando estaba promocionando The Godfather Notebook (2016), un libro en el que cuenta, entre otras cosas, lo dura que fue la experiencia de filmar la película.

Terminó aceptando porque las deudas lo agobiaban. American Zoetrope, el estudio que había fundado con su amigo George Lucas (quien aún no era el reconocido director de Star Wars, sino un joven con muchas ideas experimentales), estaba al borde de la quiebra y le debía 300.000 dólares a Warner Bros. Biskind incluso cuenta en Moteros tranquilos, toros salvajes que fue el propio Lucas quien terminó convenciéndolo.

“No veo otra opción, Francis –le dijo–. Tenemos deudas, Warner quiere que le devuelvas el dinero, tú necesitas un trabajo. Creo que deberías hacerla. Sobrevivir es la palabra clave”.

2. La batalla por la trama y el casting

Las diferencias entre Paramount y Coppola comenzaron desde el principio. El director, que se consideraba un artista y quería hacer películas tipo Federico Fellini o la nueva ola francesa, no estaba dispuesto a dejarse mandar. Si iba a hacer una película comercial, la iba a hacer a su modo, y no de la forma simple, barata y efectiva que buscaba el estudio.

Si Paramount quería que Coppola actualizará la historia y la trasladara a los años setenta (la actualidad para ese momento) en Kansas City, él insistía en mantenerla en la Nueva York de los años cuarenta –la época y ubicación de la historia original– así eso incrementara el presupuesto en varios millones de dólares. Si el estudio quería una historia que se enfocara en las armas, las guerras entre mafiosos y el sexo, como en el libro, él le iba a dar un trasfondo más humano y más familiar.

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Al final terminó ganando sus batallas a punta de perseverancia y ayudado por el hecho de que el El padrino (el libro) seguía siendo un best seller. Así que luego de estudiar a fondo la mafia italoamericana, armó el guion junto con Puzo y le dio énfasis a las escenas y personajes que él consideraba claves para la historia, que veía como una metáfora sobre el capitalismo, perfecta para una época sombría, en la que muchos estaban desencantados con “el sueño americano”.

La siguiente gran lucha, y una de las más encarnizadas, fue por el reparto. Robert Evans, productor ejecutivo de Paramount, no quería a Al Pacino en el papel de Michael Corleone. Lo consideraba un desconocido, un tipo bajito, desgarbado, tímido y sin gracia. Pedía, en cambio, a galanes de la época como Robert Redford, Jack Nicholson o Warren Beaty. Pero Coppola y Fred Roos, su director de casting, estaban convencidos de que no querían grandes estrellas, sino “gente que resultara creíble como auténticos italoamericanos”.

Coppola enfocó a ‘El padrino’ en la historia de un padre, una especie de rey, con tres hijos muy diferentes entre sí, entre quienes tiene que escoger a su sucesor.

Aún más difícil fue que aceptaran a Marlon Brando como Don Vito Corleone. Para la época, el actor ya no era la gran estrella de Hollywood, sino un problema para los estudios por sus excesos, su sobrepeso y el fracaso de sus películas recientes. Cuando Coppola lo mencionó por primera vez, Stanley R. Jaffe, CEO de Paramount, le dijo que mientras él estuviera al frente eso nunca pasaría. “Y te prohíbo que lo sigas discutiendo”, le gritó.

Para convencerlos, Coppola tuvo que fingir un desmayo durante la reunión y luego le puso al presidente de la compañía una filmación de Brando transformándose en Vito a punta de kleenex en su boca y betún en su pelo. La interpretación era tan convincente que aceptaron, pero al actor le tocó cobrar solo 50.000 dólares, muy poco para alguien de su fama.

3. El caos de filmar El padrino

Cuando la filmación de El padrino comenzó, el 29 de marzo de 1971, Coppola ya estaba exhausto de tantas discusiones y estaba especialmente molesto con la intromisión de Evans. Pero aún le quedaban seis meses por delante, seis meses que después describiría en The Godfather Notebook como “una experiencia miserable”.

No fue fácil para él manejar al equipo de Nueva York, que había trabajado con directores experimentados como Kazan, sobre todo por su indecisión. Como cuenta Biskind en su libro, el cineasta reescribía los guiones en las noches o entre las diferentes secuencias, ensayaba con los actores toda la mañana y solo grababa durante las tardes, lo que molestaba a los técnicos.

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Otras veces hacía cambios en las escenas y llamaba a actores que se suponía que ya no estaban, creando caos en el plató. También gastaba días escogiendo a los extras porque quería que se vieran muy realistas. Alguna vez, incluso, desapareció toda la tarde, hasta que lo encontraron en una tienda de pasatiempos. Y para empeorar las cosas, Al Pacino se torció un tobillo durante la primera semana. El calendario de filmación se retrasó casi desde el inicio.

Coppola también discutía con Gordon Willis, el director de fotografía y el responsable de la llamativa iluminación de la película (decidió filmar secuencias muy oscuras para enfatizar la oscuridad de Don Corleone). Ambos chocaban por la ubicación de los actores, por la forma de filmar algunas secuencias y por la tendencia del cineasta a cambiar todo lo acordado poco tiempo antes de filmar, siguiendo sus corazonadas.

El padrino, a diferencia de otras películas sobre mafia que se habían hecho hasta entonces, mostraba a los mafiosos como seres humanos, con debilidades, sueños y miedos, como cualquier otra persona.

Willis, imponente y mucho más experimentado, lograba sacarlo de quicio y solía detener la filmación cuando discutían. Martin Scorsese, amigo personal de Coppola, cuenta que alguna vez fue a visitarlo en el set y lo vio llorar del desespero. Fred Gallo, uno de los asistentes de dirección, recuerda que en otra ocasión, luego de una pelea, Coppola se encerró en su oficina y comenzó a derribar todo a puñetazos y patadas.

Los ejecutivos, descontentos con la oscuridad de las escenas que les mandaban, con la actuación de Brando (al inicio no los convencía su voz impostada), con los retrasos en el calendario, el desajuste del presupuesto y las presiones de los mafiosos, que bloqueaban el acceso del equipo a algunos lugares de filmación, estuvieron a punto de echarlo. De hecho, se dice que lo tenían decidido, pero que nunca fueron capaces de decírselo y luego, cuando el joven director ganó un Óscar por el guion de Patton, desistieron de hacerlo.

4. La pelea por la versión final

La filmación terminó, finalmente, en septiembre de 1971, pero luego vino la discusión por el montaje y la edición final de la película. Biskind explica en su libro que la primera vez que vio la película en pantalla, Robert Evans le dijo al director que el filme era “un desastre”, que le habían cortado varias escenas importantes y luego se quejó con el jefe del estudio de que “en la pantalla no se ve nada”.

Coppola, quien había terminado con una película de dos horas y 50 minutos, pero la había cortado a dos horas y cuarto porque el propio Evans le había advertido que no podía durar más que eso, creyó siempre que las quejas eran una excusa del productor ejecutivo para tomar el control de la cinta. Aún así, dice, al final fueron a Los Ángeles, a las oficinas de Paramount, y allí él mismo le agregó las escenas que le había quitado. Esa nueva versión dejó a Evans tranquilo.

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Años después, cuando la película ya era un éxito, Evans solía contar que él había salvado a El padrino en la sala de montaje, cosa que irritaba al director. Tanto que en 1983, cuando ambos peleaban en medio de la filmación de Cotton Club (1984), Coppola le mandó una famosa carta en la que le decía “tú en ‘El padrino’ no hiciste nada que no fuera incordiarme y retrasarla”.

Esa sensación de constante enfrentamiento, más los comentarios negativos de otros ejecutivos, convencieron a Coppola de que la película iba a ser un fracaso. Por eso, después del estreno se fue a París a escribir un guion, desconectado, mientras la película encantaba, cada vez más, al público y a los críticos. Para él fue toda una sorpresa.

El mundo celebra los 50 años de ‘El padrino’ con su regreso a las salas de cine.

Al final, la cinta le dio la fama de director de renombre a sus 31 años, lo que le permitió la licencia de hacer otros clásicos como El Padrino 2 (una experiencia totalmente distinta y más placentera, según sus palabras) o Apocalipse Now (otra filmación llena de vivencias aún más traumáticas y difíciles).

Incluso así, nunca olvidaría todo lo que vivió durante el rodaje. Tanto es así, que no suele ver la película con frecuencia. En 2016, en una entrevista con el New York Times, lo explicó así: “Para mí, el recuerdo de ‘El padrino’ me trae mucha tristeza. La película tomó 60 días, y fui miserable, sin mencionar todos los meses.