No pasó en ningún lugar conocido del país, pero sí en una pequeña ciudad al norte de Alemania, llamada Hamelin. Su paisaje era placentero y su belleza era exaltada por las riberas de un río ancho y profundo que surcaba por allí; sus habitantes se enorgullecían de vivir en un lugar tan apacible y pintoresco.
Pero un día la ciudad se vio atacada por una terrible plaga: ¡Hamelin estaba llena de ratas! Estas se atrevían a desafiar a los perros, perseguían a los gatos, subían a las cunas para morder a los niños y hasta robaban los quesos de las despensas. La vida en Hamelin se estaba tornando insoportable.
Un día el pueblo se hartó de esta situación. Y todos, en masa, fueron a congregarse frente al Ayuntamiento; no hubo manera de calmar los ánimos de los allí reunidos.
-¡Abajo el alcalde! – gritaban unos.
-¡Ese hombre es un pelele! – decían otros.
Mientras discutían y los pobladores amenazaban al alcalde, entró a la sala un personaje bastante extraño. Llevaba una capa de cuadros negros, rojos y amarillos que le cubría todo el cuerpo.
Alcalde y concejales lo contemplaron boquiabiertos, pasmados ante su alta figura y cautivados, a la vez, por su estrambótico atractivo. El hombre se ofreció a exterminar a la plaga que azotaba a Hamelin, de una manera muy peculiar. Este prometía acabar con las ratas atrayéndolas con la melodía de su flauta. Agregó que en otros pueblos lo reconocían como el Flautista mágico.
Eso sí, dejó claro que era un hombre pobre por lo que el monto a pagar era bastante elevado; pedía un millar de florines a cambio de librarlos de las ratas.
Por su desesperación, el alcalde y el concejo entero dijeron que le pagarían hasta 50 millares, con tal de que los librara de las ratas.
El flautista salió a la calle principal y empezó a tocar una melodía, que generó un ruido que parecía la marcha de un ejército. El ruido lo producían las ratas que salían de las casas buscando la música.
El hombre aprovechó la atención de los roedores y los llevó hasta el río de Hamelin donde murieron ahogadas.
Al reclamar el pago por su trabajo, el alcalde dijo que no le iba a pagar nada porque el problema ya no existía.
Lleno de furia, el flautista gritó: “¡se arrepentirán!” Y se dirigió a la plaza de la ciudad para llevar a cabo una terrible venganza que enlutó a todos los pobladores de Hamelin.
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