Y la razón es sencilla: tras la decisión del Senado de someter a Rousseff a un juicio político con miras a su destitución, el vicepresidente, Michel Temer, gobernará Brasil durante los próximos meses y tal vez hasta el primero de enero de 2019, si la mandataria finalmente pierde su cargo.
Pero, a diferencia de Rousseff y su padrino político y antecesor, Luiz Inácio Lula da Silva, que han coqueteado con la izquierda regional durante los últimos 13 años, a Temer le guía un pensamiento conservador y antagónico de los movimientos que se identifican como “bolivarianos”.
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Una pauta sobre lo que se puede esperar en la política exterior de Brasil a partir de ahora la dio el senador Romero Jucá, presidente del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), que lidera Temer.
Según dijo Juca en un reciente encuentro con corresponsales extranjeros, solo los gobiernos del arco “bolivariano” creen que en Brasil ha habido un “golpe de Estado”, como sostiene Rousseff.
“Los pocos aliados que le quedan a Rousseff son en su mayoría del bloque bolivariano, que está en decadencia”, declaró Jucá, un hombre del entorno íntimo del ahora presidente interino de Brasil.
El senador no ocultó su disgusto, compartido por Temer, con el hecho de que la versión de Rousseff sobre el supuesto “golpe” haya sido aceptada por Venezuela, Ecuador y Bolivia.
“A Rousseff le quedan (Nicolás) Maduro, que no consigue hablar ni en Venezuela; (Rafael) Correa, que tiene sus problemas en Ecuador y no es el mejor ejemplo de democracia; y Evo Morales, que acaba de perder el referendo” sobre la posibilidad de que fuera reelegido para un nuevo mandato en Bolivia, declaró.
Jucá agregó entre las “fidelidades” que mantiene Rousseff a la exmandataria argentina Cristina Fernández, pero aclaró que “ya no es presidenta de nada”, por lo que “tampoco importa”.
En contrapartida, elogió al conservador Mauricio Macri, con quien dijo que Temer podrá “reconstruir” en términos más pragmáticos las relaciones con Argentina, que a su juicio estuvieron contaminadas por la “ideología” en los tiempos de Lula, Rousseff y Fernández.
Jucá también descartó la posibilidad de que organismos regionales como el Mercosur o la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) se planteen sancionar a Brasil por el proceso a Rousseff.
De hecho, en el Mercosur ha habido hasta ahora un cierto silencio sobre la situación de Brasil, roto por declaraciones de algunos de los miembros “bolivarianos” del Parlamento del bloque.
El expresidente colombiano Ernesto Samper, secretario general de la Unasur, sí ha quebrado lanzas por Rousseff y ha dicho que “sería muy doloroso aceptar que mayorías conformadas por bancadas (políticas) destituyan a una presidenta elegida popularmente”.
El secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) y excanciller uruguayo, Luis Almagro, también se ha mostrado activo en la defensa de Rousseff y esta semana en Brasilia reiteró que, en su opinión personal, no hay “indicios de crímenes de responsabilidad y mucho menos de certezas” contra la mandataria.
Pese a las posiciones de Samper y Almagro, diplomáticos de varios países latinoamericanos consultados por Efe en Brasilia garantizaron que ni en la Unasur ni en la OEA existe el consenso necesario para llegar a sancionar a Brasil por el proceso a Rousseff.
Sí, en cambio, se cree que el “eje bolivariano” ha quedado al borde de una sacudida, que puede afectar en primer lugar a Maduro, quien en los últimos años se ha escudado en Brasil para intentar atenuar la grave crisis de abastecimiento que sufre su país.
Un previsible endurecimiento de las relaciones con Venezuela por parte del Gobierno que a partir de ahora encabezará Temer pudiera hasta complicar la situación de Maduro ante el referendo que la oposición pretende convocar este mismo año para revocar el mandato del heredero del fallecido Hugo Chávez.
Eduardo Davis / EFE
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