La prueba consistía en patear un balón ovalado de rugby en el aire con el fin de embocarlo en un cilindro hecho de llantas de carro, desde una distancia aproximada de 50 metros, con un premio de 100 mil dólares.
El hombre toma el balón con las manos y sin dejarlo caer lo patea en un globo que va directo a las llantas, donde se mete, luego de tocar los bordes de las llantas, lo cual le imprimió unos segundos de misterio a la acción.
Como es natural, la celebración del protagonista y quienes hacían fuerza por él no se hizo esperar. Falta ver qué reacción tuvo el fabricante de llantas, que patrocinaba el segmento.
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