Pastorcitas como María Luisa Piraquive pululan y degradan una conquista esencial de la democracia, la libertad religiosa
La libertad de credos está desnaturalizada por pícaros que fungen de pastores, asegura Cristina de la Torre en su columna de El Espectador, y dice que por esa razón es necesaria la defensa del Estado laico y de su corolario natural: la libertad de credos y liturgias. “Un enjambre de iglesias que se autoproclaman cristianas para poder consagrarse al despojo de incautos desdibuja un logro extraordinario de la Constitución del 91”, agrega, y lamenta que “en ejercicio de pluralismo […], decenas de confesiones medran hoy entre las 5.600 entidades religiosas con personería en Colombia”. Para esta columnista, este florecer en libertad “parece sofocarse bajo el ruido de la liturgia y las audacias mercantiles de muchas iglesias cristianas, no de todas, que nacen en garaje y, a poco, son manzana. O coliseo”. Y pone el ejemplo de la Iglesia de Dios Ministerial, de María Luisa Piraquive, cuya riqueza fue conseguida “mediante exacción a la grey y delitos que la justicia penal investiga”. También critica que esa exacción se produce debido “al poder que emana de oficiar a un tiempo como iglesia y como partido”.
Negociación de Santos con las Farc depende del plebiscito y las elecciones presidenciales del 2018
El Presidente sabe que si pierde ambas, su capital político se habrá esfumado como por arte de magia, analiza Vicente Torrijos en su columna de El Nuevo Siglo. “Por eso, tiene que ganarlas”, dice, y explica que ganar el plebiscito significa pasar a la historia “de modo distinto a lo que ha sucedido con otros presidentes que también lo intentaron”, y ganar las presidenciales significa que, “más allá del bloque de constitucionalidad, su legado solo será políticamente funcional en la medida en que se mantenga a mediano plazo la complacencia con las Farc”. Añade que, en resumen, la situación es tan estresante que, “aún si la población condenase lo firmado, el Gobierno y las Farc creen que una forma de apagar tamaño incendio sería orquestar apresuradamente una Asamblea Nacional Constituyente”.
Flaqueza de Venezuela en todo su cuerpo social, económico y político, se evidenció con apertura temporal de la frontera
El domingo se pagaron 0,025 pesos por cada bolívar y hubo personas que viajaron hasta 30 horas para poder entrar a Colombia a comprar leche, arroz, aceite, azúcar, harina, toallas sanitarias y papel higiénico, asegura El Colombiano, en su editorial. “Duele ver este nivel de conmoción y desamparo de la ciudadanía venezolana. La fragilidad de los asuntos de la vida cotidiana que es la que, en últimas, proporciona las claves mediante las que es posible entender el progreso y la satisfacción o el atraso y el desencanto de las sociedades frente a sus gobiernos y sus Estados”, agrega el diario antioqueño, y dice que los gobiernos de los dos países “no pueden continuar impávidos e indiferentes ante la escasez de los venezolanos y el deseo de las comunidades de reanimar sus vínculos comerciales y sus lazos sociales y afectivos”.
El nuevo Fiscal debe empezar la tarea de devolver a la Fiscalía al papel que le corresponde
Esto es, como entidad creada para investigar y aportar las pruebas que se requieren para que haya una justicia rápida y cumplida, dice El País, de Cali, en su editorial. Ese diario también dice que el nuevo jefe del ente acusador, Néstor Humberto Martínez, tiene que evitar “las desviaciones que la llevaron [a la Fiscalía] a hacer demostraciones de poder político que desvirtuaron su esencia, mientras se negaban a responder por contrataciones, conceptos y demoras en el cumplimiento de sus obligaciones que aún aguardan respuestas”. En últimas —continúa El País—, lo que se espera es que “se recupere la credibilidad y la confianza en la Fiscalía”.
No puede hacer carrera la idea de que si un funcionario es eficiente no importa que robe
Esta absurda posición ha hecho carrera especialmente en sociedades donde la corrupción ha llegado a niveles aberrantes, explica Cecilia López Montaño en su columna de El Heraldo, y advierte que si eso ocurre en Colombia, “más temprano que tarde la concentración de privilegios en pocas manos será el fin de la esperanza de quienes sueñan con que las próximas generaciones enfrenten una vida más fácil que la que nos ha tocado a nosotros”. Para ella, “se trata del presente y el futuro de nuestros hijos y nietos, de manera que debe tocarnos el alma quedarnos en la cómoda posición de que si un miembro del Estado roba pero hace, todo bien, como dice el Pibe”.
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