“Quiero chigalillo, chigalillo pa’fumar”, era lo único que decía la niña cuando se fue a vivir con sus padrinos (Ángela Johanna Guerra, 30 años, y Edilberto Rojas Torres, 51), tal como lo reseña la crónica de El Tiempo.
El hermano es un adicto a las drogas de 20 años que, previamente, vivió con la niña y con su madre biológica, Ruth.
“Era un pecado ver a la niña. Siempre sin ropa. Sin comida y sola en esa casa con el hermano que fumaba y fumaba”, contó un vecino del barrio a ese medio.
Ruth entregó a Sara Ayolina Salazar cuando se embarazó nuevamente, completando 8 hijos de 5 relaciones diferentes.
Ángela sigue sosteniendo que la niña fue bien tratada mientras estuvo con ellos y que se golpeó la cabeza al caer de la cama, aunque los médicos dicen que hay evidencia de que fue zarandeada con violencia, y abusada sexualmente. La niña también fue encontrada con síntomas de desnutrición y anemia severas.
El crimen de la niña, en el que los médicos también encontraron residuos biológicos de su agresor, casi se queda en la impunidad porque, al ser preparada para una cirugía para salvar su vida, fue limpiada por el personal médico.
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“El Instituto halló material biológico en la niña, pero ese material es muy escaso (porque) la niña iba a ser sometida a una cirugía”, confirmó el director de Medicina Legal, Carlos Valdés, a Noticias Caracol.
Por fortuna, Medicina Legal dice que lo poco que quedó de evidencia en el cuerpo de la niña es suficiente para identificar a su agresor.
El funcionario aclaró también que la pequeña murió por “un trauma encefálico, no cráneo encefálico”, lo que descarta, según ese medio, que Sarita haya sufrido un golpe en su cabeza producto de una caída por accidente.
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