De agache pasó, en los últimos días, la estratégica ‘jugadita’ de políticos socialistas que promulgaban la unidad nacional, expulsión de militantes para abrir su transfuguismo, al sector humanista y social demócrata, delinea el tinte de campaña anticipada y lo que será la fase de nueva normalidad en el escenario legislativo nacional. Tan grave es que el presidente del Congreso manipule situaciones para no permitir hablar a la oposición frente al presidente de la República, en la instalación de las sesiones ordinarias del parlamento, como que senadores violen el régimen de bancadas para propiciar su expulsión de un partido sin ningún tipo de perjuicio, en su curul, y quedar en libertad de crear un nuevo movimiento o unirse a uno de los ya existentes.

Dinamismo en el cambio de partidos e ideologías, de la noche a la mañana, deja en evidencia lo frágiles o inexistentes que pueden llegar a ser las ideas o teorías políticas de barones regionales que dicen mantener una interacción constante con la realidad social de los colombianos. Evolución práctica alejada del sistema y el entorno que condiciona el devenir gubernamental para responder a la coyuntura de la población nacional, adaptación a una nueva realidad y solución a los problemas sociales distante del diálogo, comprensión y concertación de los diferentes agentes de los partidos políticos y el estamento ejecutivo del país. Discurrir fangoso en el que difícilmente hoy se puede detectar una postura filosófica sobre los temas de fondo y que sirve de estandarte para diseñar un disfraz que atraiga votos, de todas las corrientes, en los próximos comicios.

Desprestigiada táctica, de tener un pie en el establecimiento y otro en la ciudadanía, con fines electorales, desdibuja la base de la política, escenario para fijar posturas y moderar la confrontación ideológica. Actitudes tibias que apuestan por quedar bien con todos, o hacer lo doctrinariamente correcto, no pasan de ser un engaño que maquilla las mafias, la aberrante corrupción y la concentración de intereses que rodean la convergencia del área partidista y financiera colombiana. Sendero de pensamiento propio que dice no encajar en ideologías dominantes de extremo, pero al final termina en adherencia a grupos liderados por voces que no los representan íntegramente; alternativa de cambio sin ideas sólidas y principios establecidos.

Polarización que hastía desde la conveniencia personal, no social, que se evidencia en cada uno de los actos y acciones de líderes políticos que, desde el artilugio de la palabra, se hacen presentes en todos los temas circunstanciales de la agenda nacional, pero como proyecto político carecen de propuestas de transformación general. Caos del estamento dirigente que focaliza la atención en meollos particulares y hace parte del paisaje la globalidad del espectro público de los colombianos; divergencia conceptual que debe trascender la implementación de los acuerdos de La Habana, la JEP, el Glifosato, el fracking, el cambio climático, el Esmad entre otros.

Capacidad de aceptación de puntos medios, derrota de estigmatizaciones, pide una nueva visión para entender y construir una Colombia sacando de la zona de confort a quienes han regido los destinos legislativos de la Nación en las últimas décadas. Coherencia, de pensamiento y acción, llama a enfrentar la polarización, romper la burbuja de “sabiduría” que teje mitos camaleónicos que instauran el miedo al cambio e impiden la discusión sobre la postura de extremos que, desde la radicalización de la población, apuesta porque todo siga igual. Eje articulador político que deslegitima el trasegar parlamentario sin estar circunscrito a un mesías que en campaña esgrime unos argumentos, pero en ejercicio de sus funciones hace lo contrario.

Refugio mitómano plagado de incumplimiento de promesas de campaña para gobernar junto al establecimiento, incoherencia de principios que sirve como amortiguador de ataque sobre las pasiones que despiertan retrógrados conservadores y liberales, progresistas humanistas, líderes alternativos, alianzas revolucionarias, glaucos, social demócratas, entre otros actores políticos colombianos. Dualidad de procedimiento parlamentario que pide los votos de un extremo, para luego gobernar con el otro, e impide un país multipolar y multicolor en el que se acerquen y entiendan los colombianos. Discurso que se erige como sofisma de distracción y llama a un estado de conciencia democrática, individual y colectiva, que garantice la libertad de ciudadanos críticos.

Madurez política del país aclama por hacer frente a la descomposición clientelista que se aproxima al poder para intercambiar favores y pisotear los derechos del pueblo elector, sin atender la necesidad urgente de cambios estructurales en Colombia. Tufillo de reivindicación social, económica y política, que tanto se proclama en la plaza pública, la protesta social y los medios de comunicación, exalta, en la juventud, líderes sociales y actores de paz, afectos que nublan la profunda desconfianza que debe existir sobre los verdaderos propósitos de los caudillos modernos. Gesto populista que resta pragmatismo a la expresión democrática que fundamenta las decisiones desde la evidencia y prefiere la solución al conflicto, trabajo duro y de acción colectiva que permitirá construir un sentido de nación.

Pacto social de un país pos–pandemia demanda dejar atrás la política del odio, refundar el estado, y sus instituciones, con acciones concretas y menos dogmas. Sentido ético de la administración pública que dignifique una nueva visión democrática que, dé cabida, brinde oportunidades y promueva el bienestar de todo el colectivo colombiano. Protección con ahínco de las libertades, el estado social de derecho y la recuperación de fuerza pública y el principio de autoridad; orden republicano que comprende que la vida y los recursos públicos son sagrados, principio estructural de la carta magna de 1.991 que ahora buscan atomizar con propuestas constituyentes.

Mezquindad de senadores y representantes que, con gran maestría, hacen jugaditas dejan en evidencia que el rumbo político de los colombianos se prepara para ver giros impensables, cambios de 180º en el pensamiento ideológico sin un proceso de transición. Forma de ejercer la democracia desde un fin, justificando los medios, que acrecienta la rencilla, indiferencia, indolencia, insensibilidad, desinterés, apatía y negligencia, que aleja al constituyente primario de las urnas. Espiral de discusión en el que la palabra perdió su valor y las promesas dejaron de responder a una necesidad práctica, táctica de decir lo que la gente quiere oír y no lo que necesita saber, pues es donde mejor se acomodan los intereses de quienes hoy buscan hacer su campo en las toldas opositoras que tanto atacaban en los debates de control parlamentario.

¡La política es… dinámica! Principio y bandera del “voltiarepismo” que se constituye en una apuesta atrevida, inteligente y arriesgada por construir una opción social–demócrata que aglutine el precepto que guíe el camino a seguir por parte de las masas, idiotas útiles enceguecidos que canalizan sus opiniones y temáticas en sintonía con líderes anhelantes de poder. Lectura de país que pide tomar consciencia de cambio y castigar en las urnas a gamonales que se acomodan bajo intereses y propuestas de cuotas burocráticas, ejemplos claros y nombres concretos que sin mucho esfuerzo han quedado en evidencia y denotan que poco y nada les importa el pueblo elector; encantadores de serpientes que solo buscan su beneficio y ahora actúan como corderos mansos.

 

Ver esta publicación en Instagram

 

Una publicación compartida por Andrés Barrios Rubio (@andresbarriosrubio)

Columnas anteriores

Inconformismo del 21

Democracia en jaque

¡Fácil criticar, difícil gobernar!

¿Dulce o truco?

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.