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Este artículo fue curado por Gustavo Arbelaez   Mar 29, 2024 - 7:28 am
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El Viernes Santo, según la religión, desde muy temprano Jesús fue llevado ante Pilato, el gobernador romano, quien rechazó juzgarlo y lo envió ante Herodes, el gobernante de Galilea. Sin embargo, Herodes lo regresó con Pilato donde enfrentó un juicio de acusaciones y falsedades.

Las personas clamaban por su crucifixión, mientras Pilato, presionado por las autoridades religiosas, finalmente cedió y condenó a Jesús a morir en la cruz.

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Con una pesada cruz sobre sus hombros, Jesús tuvo que emprender el camino doloroso del viacrucis por las calles empedradas de Jerusalén. Cada paso que daba Cristo era una agonía y un recordatorio del peso del pecado y el sufrimiento humano.

Crucifixión de Jesús en el Gólgota

Al llegar al Gólgota, el lugar del Calvario, Jesús fue clavado en la cruz entre dos criminales. El dolor era inmenso, tanto físico como emocional. Jesús, el Hijo de Dios, sufría en silencio por la humanidad. No obstante, aún en medio de su agonía, pronunció palabras de perdón:

“Padre, perdónalos, no saben lo que hacen”.

Después de pronunciar sus últimas siete palabras que resonarían a lo largo de la historia, murió a las tres de la tarde. Su madre y otras personas bajaron su cuerpo y lo llevaron al Santo Sepulcro.

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Cabe resaltar que, entre las palabras de amor y perdón, también hubo un momento de desolación. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, exclamó Jesús, sintiendo el peso del pecado y el abandono de su Padre.

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El sacrificio de Jesús

Finalmente, llegó el momento culminante. En la hora novena, Jesús inclinó su cabeza y entregó su espíritu. Su cuerpo fue bajado de la cruz y puesto en los brazos de su madre, envuelto en un sudario y puesto en un sepulcro prestado; mientras los discípulos y seguidores de Jesús lloraban y lamentaban la pérdida de su Maestro.

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Así concluyó el Viernes Santo, un día de dolor, sufrimiento y sacrificio para los creyentes. Sin embargo, en medio de la tristeza, la semilla de la esperanza fue plantada. La muerte de Jesús no fue el final, sino el comienzo de una nueva vida y redención para todos los que creen en él.

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